Quisiera dedicar algunos párrafos a una apretada síntesis de los aportes de este último medio siglo. Habrá seguramente otros aspectos valiosos que dejaré sin mencionar , pero ciertamente los siguientes deben incluir la lista:
1) La figura de Alberto Ginastera está analizada en el trabajo de Pola Suárez Urtubey, pero aquí quiero someramente mencionar dos aspectos esenciales: es el primer compositor argentino que logra una ubicación internacional de verdadero peso, pero además es un gran generador de instituciones, y aquí sólo quiero marcar dos aportes fundamentales: la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la Universidad Católica Argentina, que produjo muchos de los mejores compositores y musicólogos argentinos, y el Instituto Di Tella en su sección musical, donde Ginastera trajo a creadores de la talla de Luigi Nono, Roger Sessions, Yannis Xenakis o Luigi Dallapiccola para que trabajasen con becarios argentinos y latinoamericanos que luego harían importantes carreras.
2) El gradual mejor conocimiento de repertorios que habían sido poco transitados , aunque todavía falta mucho por explorar: el Medioevo, el Renacimiento y el Barroco, a través de grupos como I Musici, el Studio der Frühen Musik y el New York Pro Musica, o directores como Karl Richter y Helmut Rilling; y en una segunda etapa, a los llamados conjuntos historicistas que intentan reflejar más cabalmente el mundo sonoro de esas épocas.
3) La docencia a través del ejemplo que significó la oleada de orquestas extranjeras (hasta seis o siete en una temporada) que se notó en los años setenta, ochenta y noventa, con la presencia de varias de las más encumbradas del mundo y de grandes batutas, tendencia en la que brilló muy particularmente el Mozarteum Argentino. Muy pocos ejemplos de orquestas y directores que fueron experiencias máximas: Filarmónica de Viena con Böhm y Maazel, Cleveland con Maazel, Boston con Ozawa, Concertgebouw con Haitink y Chailly, Filarmónica de Berlín con Claudio Abbado.

4) El conocimiento parcial pero considerable de los nuevos estilos musicales que aparecen después de la Segunda Guerra Mundial con tesoneros ciclos como los de Encuentros Internacionales de Música Contemporánea, del Teatro San Martín y del CETC (Centro de Experimentación del Teatro Colón). Así se conocieron la música electroacústica, el serialismo integral, la estética del sonido (escuela polaca), el minimalismo, el postmodernismo, etc.

5) Más allá de los estrenos implicados en el punto anterior, otras instituciones (nuestras orquestas capitalinas, la programación operística) también hicieron labor de recuperación o de incorporación de valiosos repertorios anteriores que se habían conocido de modo parcial o se habían olvidado, sin descuidar los estrenos de obras argentinas. Aunque frecuentemente la tarea fue desarrollada con desidia, hubo de todas maneras múltiples experiencias positivas, como ciclos casi completos de sinfonías de Mahler y Bruckner, la integral de las de Dvorak, repertorios nórdicos, ingleses y estadounidenses y tanto más. En ópera hubo gestiones excepcionales como la de Enzo Valenti Ferro que nos trajo obras como “Katya Kabanova” de Janácek, “Rey Roger” de Szymanowski y “Doctor Fausto” de Busoni, y en años recientes se conocieron óperas de Korngold (“La ciudad muerta”), Penderecki (“Ubu Rey”) o Krenek (“Jonny spielt auf”). Sigue faltando mucha actualización de obra reciente pero algo se ha hecho. Y en el Barroco se han conocido, por ejemplo, óperas de Lully y Rameau. También allí abundante terreno sin explorar, pero hubo en ciertas temporadas espíritu de innovación. Adelaida Negri nos permitió apreciar muchas grandes obras del bel canto que yacían en el olvido. Y la temporada actual de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires es buen ejemplo de lo que puede hacerse con conocimiento e imaginación en programación constructiva (Julio Palacio).
6) En el Ballet la visita de valiosos conjuntos permitió el conocimiento de diversas escuelas y eminentes bailarines, del American Ballet Theatre, del Ballet del Bolshoi de Moscú, del Ballet del Marqués de Cuevas, la fundamental presencia del Ballet del Siglo XX de Maurice Béjart, de innovadores grupos como el de Alwin Nikolais y Pilobolus, etc. Actuaciones rutilantes fueron las de Maya Plissetskaya, Rudolf Nureyev y Mikhail Baryshnikov. Pero además surgieron grandes bailarines argentinos como José Neglia, Olga Ferri, Julio Bocca. Y se conocieron las coreografías de John Cranko (Ballet de Stuttgart), Jirí Kylián (Nederlands Dans Theater) y John Neumeier (Ballet de Hamburgo), por nombrar a tres figuras máximas. Tampoco faltaron grandes figuras del flamenco, como Antonio , Antonio Gades y Manuela Vargas.
7) Muchos grandes cantantes se siguieron conociendo en las óperas del Colón, como Birgit Nilsson, Plácido Domingo, Richard Tucker, Leontyne Price, Montserrat Caballé, Régine Crespin, Victoria de los Angeles, Teresa Berganza y tantos otros. Varios dieron recitales memorables, destacándose Elisabeth Schwarzkopf y Nicolai Gedda. Y en el campo instrumental y de cámara también hubo grandes figuras, como el Cuarteto Budapest, el Trío Stern-Rose-Istomin, los cultores de las 32 sonatas de Beethoven (Richter-Haaser, Buchbinder, Barenboim), Alfred Brendel, cuartetos como el Italiano, el Juilliard , el Melos y el Berg, violinistas como Itzhak Perlman o Anne Sophie Mutter, violoncelistas como Yo-Yo Ma. Algunos grandes directores trabajaron con nuestros conjuntos, como Thomas Beecham, Pierre Monteux, Willem Van Otterloo, Franz Paul Decker, Charles Dutoit.
No quiero dejar de mencionar la numerosa cantidad de instituciones que actualmente con su actividad agregan fermento intelectual al panorama de la capital, como los ciclos de La Scala de San Telmo, del Museo Fernández Blanco, de Ars Nobilis, AMIA y tantos otros de meritoria labor . O la asombrosa expansión de la ópera que da alternativas al Colón, como Buenos Aires Lírica, Juventus Lyrica y la Casa de la Opera.
Y pensando en las provincias, el remozamiento de viejos teatros como El Círculo de Rosario, la fundación de nuevas orquestas como las de Salta y Neuquén, la existencia de festivales en lugares como Llao Llao y Ushuaia, el ciclo de Pilar Golf y los brotes operísticos que últimamente se han notado en distintas zonas del país, a lo que puede agregarse la labor del Teatro Argentino de La Plata, y en un plano menos relevante pero meritorio el Roma de Avellaneda. Y por supuesto las numerosas visitas de gran envergadura que se produjeron en la red de filiales del Mozarteum.
Llegando ya al final de este largo recorrido del aporte europeo (esencialmente, aunque he mencionado a creadores americanos como Chavez, Copland o Villalobos) , quiero hacer notar que naturalmente mis colegas Pola Suárez Urtubey y Federico Monjeau tienen la específica misión de escribir sobre nuestros compositores en el siglo XX. La influencia de intérpretes argentinos también se ha hecho sentir en Europa; artistas como Martha Argerich, Daniel Barenboim, Marcelo Alvarez, llevan la intensidad de nuestra sangre americana a Europa y la enriquecen. Compositores argentinos formados aquí como Mauricio Kagel y Mario Davidovsky en las generaciones veteranas, o Esteban Benzecry, Martín Matalón, Pablo Ortiz y Osvaldo Golijov en las más jóvenes, dan ahora sus frutos en el Hemisferio Norte. Es devolver en pequeña parte lo que Europa y Estados Unidos nos han dado. Sin renunciar a las raíces telúricas americanas, los argentinos en su mayoría “descienden de los barcos”, y como país somos un crisol de culturas. Nuestros grandes músicos, literatos y plásticos se han ganado un lugar de honor en América y en el mundo. De alguna manera este trabajo pretende reflejar esa grata conclusión como resultado de influencias bien asimiladas y que son parte esencial de nuestro ser colectivo. Los 25 años del Mozarteum de Jujuy sólo pudieron existir con el esfuerzo de gente bien intencionada y muy activa que han comprendido cabalmente la importancia de una cultura universal que no olvida nuestras raíces.