Introducción

Los países de América Latina tienen características demográficas aluvionales: a las etnias indígenas se han ido añadiendo otras culturas provenientes de conquista o inmigración, esencialmente europeas pero también asiáticas, y en cierto grado africanas y polinesias. Su composición varía enormemente de país en país pero también dentro de cada uno de ellos. En el caso de la Argentina, las diferencias son muy marcadas según la región; baste pensar en las colonias galesas y las comunidades mapuches del Sur, la fuerte influencia guaraní y los colonos centroeuropeos en Misiones o la población española combinada con aymaras y quechuas en el Noroeste. Como ocurre en tantas otras zonas del mundo, el mestizaje se realiza con naturalidad a través de las generaciones, ya sea legítima o ilegítimamente de acuerdo a la ley. Por otra parte, estos procesos de integración –que deben tener su correlato en leyes sociales iluminadas- van formando nuevos tipos étnicos ya que cada etnia aporta no sólo sus características genéticas sino también su cultura. Incluso aquellas familias –no tan numerosas- que no han tenido mezcla alguna en siglos recientes probablemente descubran que en su país europeo de origen (digo “europeo” para simplificar, ya que podría ser , por ejemplo, asiático) hubo también un proceso de integración entre orígenes diversos. Es más, si bien las integraciones anteriores no fueron globales en el sentido actual (la velocidad de comunicación ligada a la informática, el avión) no hay duda de que casos como el Imperio Romano o antes el de Alejandro implicaron la asimilación compulsiva de etnias muy diferentes. Y que la formación de las naciones europeas modernas está al final de un largo proceso de transformación e integración de pueblos bárbaros invasores con las etnias locales. Un factor fundamental fue la evolución de las lenguas de la cual nos han quedado los testimonios literarios. Y no olvidemos que la organización política ha sido muy atrasada en ciertos países: hasta el siglo XIX no hubo unidad alemana ni italiana. Si ello ocurrió en naciones de tan larga historia más bien deberíamos sorprendernos de ser independientes ya desde 1816. La iniciativa del Mozarteum de Jujuy de festejar sus 25 años con un libro que trate diversos aspectos de la música clásica en Argentina es ciertamente atractiva ; se me ha convocado para realizar el artículo de presentación sobre la influencia de la música europea en nuestro país y a mi vez, propuse en consenso con los coordinadores del Mozarteum Jujuy una serie de temas a mis distinguidos colegas, que aportaron sus ideas, dando así en forma combinada un panorama sobre ciertos aspectos importantes de nuestra música, naturalmente sin pretensión de ser exhaustivos. Quiero recalcar que el enfoque del Mozarteum Jujuy no es regional sino nacional, lo cual implica que la Ciudad de Buenos Aires tiene mayor peso relativo en esta reseña, pero como es justicia trataré de dar un sentido inclusivo a estas referencias.